Metro de Málaga ha publicado un cuaderno con los textos ganadores de 100 palabras en un metro 2, el concurso de microrrelatos que gestamos conjuntamente en 2015 y al que aportamos nuestra experiencia en la organización de certámenes literarios. Además, para celebrarlo, la publicación coincide con el Día Internacional del Libro.
El trabajo y el esfuerzo económico que dedicamos a su organización se ve recompensado con el entusiasmo que suscita. Desde la publicación del fallo muchas personas han pedido conocer los textos ganadores. Finalmente, con esta publicación se cumple ese deseo. Y sobre todo aumentamos la difusión de los microrrelatos seleccionados. De esta forma salen de los vagones de la ciudad, para poder ser leídos en cualquier lugar del mundo.
Como sugiere Isabel Bono en el prólogo de la edición, deseamos que esta propuesta os estimule a seguir siendo curiosos. A leer y escribir. A continuar viajando a través de la escritura.

Microrrelatos ganadores de 100 palabras en un metro 2

Otra consecuencia del interés despertado es que el cuaderno cuente también con una versión digital. El documento incluye todos los textos seleccionados. Son los siguientes:
  • Con un ramo de rosas, de Antonio Montes García (primer premio).
  • Una relación secreta, de Alberto Jesús Vargas Yáñez (segundo premio).
  • Mirar hacia el interior, de Inmaculada Torres Campos (tercer premio).
  • Atrapados, de Marta Cenarro Campos (áccesit).
  • El tiempo era suyo, de Paloma Ruiz del Portal Muñoz (áccesit).
  • Lentejas, de Roberto Marín Luque (áccesit).
  • Luces, nada, de David Fernández Vega (áccesit).
  • Magnetismo, de Querubina Meroño de Larriva (áccesit).
  • No perder la costumbre de acompañarle, de Juan Francisco de Haro Ruiz (áccesit).
  • Toca conmigo, de Cristina Giménez López (áccesit).
Si quieres leerlos:
 Primer premio Antonio Montes García / CON UN RAMO DE ROSAS
Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Poco importaban ya las voces de aquella vecina arrugada al sorprenderle arrancando rosas del patio, ni las insolentes sonrisas de los cuatro papanatas de la estación de Carranque, quizá por vestir una americana demasiado grande. Reconocía su escasa elegancia pero la ocasión requería celeridad y el armario de su padre era inmenso ante aquella emergencia. Escudriñó la oscuridad exterior mientras, en su ventana, proyectaba el encuentro pactado tras sonar el “Próxima estación: El Perchel. Correspondencia con”. En el andén esperaban ella, su padre serio y dos ángeles vestidos de policía local. El amor está mal visto a ciertas edades.

 Segundo premio Alberto Jesús Vargas Yáñez / UNA RELACIÓN SECRETA
Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Cuando pusieron en su parada aquel anuncio con una modelo en lencería, no pudo evitar enamorarse de ella y descubrir, asombrado que, desde su fascinante inmovilidad, ella también reparaba en él. Así, día tras día, fueron iniciando una relación secreta y aprendieron a comunicarse mentalmente, llegando incluso a compartir confidencias e inconfesables fantasías. Anoche tuvo la ocurrencia de regalar a su mujer un conjunto idéntico al que ella exhibe y esta mañana la chica, ofendida y celosa, había desaparecido con su cartel. Ahora se siente un hombre abandonado.

 Tercer premio Inmaculada Torres Campos / MIRAR HACIA EL INTERIOR
Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Se sentó, y se vio reflejada en el cristal de la ventana. Tras un largo día sus ojos no podrían huir a una realidad externa, el interior del vagón sería su paisaje. Enfrente se encontraba una señora mayor con ojos cansados, pero que le dedicó una sonrisa amplia cuando la miró directamente. Junto a ella se sentaba un hombre que sostenía un libro. Ese libro que ella había acabado hacía una semana. ¿Compartiría con esas personas algo más que un trayecto? Las palabras comenzaron a salir de su boca cuando arrancó el metro. Quería averiguarlo y tenía tiempo para ello.

Accésit Marta Cenarro Campos / ATRAPADOS Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Y no obstante un tesoro efímero que habría de compartir. Lo intuyó cuando su mirada se cruzó con la del extraño del raído abrigo morado y abultada barba gis enredada en un cuello de astracán. Lo supo cuando los dos se bajaron en la misma estación y anduvieron por la misma calle hasta detenerse en la cola del paro. Había aprendido a reconocer el tiempo estancado en las miradas de los desconocidos con los que quizás, más tarde, compartiría la sopa de beneficencia. Esas miradas vacías que, como la suya, cada mañana al entrar en el metro atrapan el tiemp

Accésit Paloma Ruiz del Portal Muñoz / EL TIEMPO ERA SUYO Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Fue durante un permiso extraordinario. El Metro llegaba hasta la puerta del hospital donde había nacido su nieto. En el primer túnel desapareció la cobertura. En el segundo la pusieron en busca y captura. Pero el tiempo, como los trenes, siempre pasa. Hoy le han quitado la pulsera de localización telemática. Ha dejado la prisión y ha vuelto al subterráneo, lleno de luz. La esperanza es verde, como el sillón donde se sienta, como el vagón. Esta vez la central de alarmas no emite señal alguna. La libertad es larga, como un rail, como los túneles por los que pasa.

Accésit Roberto Marín Luque / LENTEJAS Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Alguien olvidó en un asiento un kilo de lentejas. De pequeño no le gustaban las lentejas y conforme fue creciendo se dio cuenta de que los sueños se acaban cumpliendo si se pone un foco, una intención, esperanza, entusiasmo y energía. Y aquella tarde desde el castillo de Gibralfaro, observando el atardecer, no paraba de darle vueltas a aquella pregunta que le hicieron después de ganar, a su edad, el concurso de baile que tantos años había perseguido: ¿De dónde saca usted tanta energía? -De las lentejas- respondió melancólico.

Accésit David Fernández Vega / LUCES, NADA Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Miraba con estrés la ventana de enfrente. Luces, nada, luces, nada. El señor sentado justo frente a él se empezó a incomodar. -Chico, ¿me estás mirando a mí? -No, disculpe. Es solo que me distrae la ventana. -No será por el paisaje. -No, sin duda. Pero resulta hipnótico. -Ahora que el tiempo es tuyo no lo malgastes. -Descuide. El metro llegó a su siguiente parada y el señor bajó. Un joven ocupó su lugar. Él siguió mirando por la ventana. Luces, nada, luces, nada, pero se percató de algo que le incomodaba: -Chico, ¿me estás mirando a mí

Accésit Querubina Meroño de Larriva / MAGNETISMO Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Y que no tenía que rendir cuentas a nadie. Se marchaba lejos, sin decir adiós. Toda su vida en una maleta. La esperanza prendida con alfileres. Nadie reparaba en ella y se creyó a salvo, hasta que notó unos ojos oscuros que la escrutaban. Le resultaron familiares. Desvió la vista, pero como un imán una y otra vez volvía a ellos. Inexorable. Entonces lo supo. Esos ojos conocían todos sus secretos y tod
s sus miedos y no podría huir nunca si no los cerraba y dejaba de mirarse reflejada en el cristal

Accésit Juan Francisco de Haro Ruiz / NO PERDER LA COSTUMBRE DE ACOMPAÑARLE Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Ahora tocaba retomar de nuevo la realidad de su vida. Se colocó, como siempre había hecho durante todos estos meses, de pie junto al primer asiento del primer vagón. Abrió sus apuntes e intentó sumergirse en el estudio, ajeno a los demás pasajeros. - Siéntate, no te quedes de pie. - Estoy bien, papá, no te preocupes. Ya casi llegamos. Desde el asiento vacío aún podía sentir la voz de su padre. Decidió colocarse junto a ese asiento diariamente, como la rutina del que se lava la cara cada mañana. Sería un secreto entre ellos que solamente él sabría

Cristina Giménez López /TOCA CONMIGO Al entrar en el metro, descubrió que el tiempo era suyo. Bajando los escalones, ya quería volverse a casa. ¿Dónde vas? Se preguntó a sí misma una y otra vez. Temblaba. Alguien la empujó al pasar rápido a su lado. Y recostada en la pared, cerró los ojos. Pensó en lo único que aquella mañana, la hizo salir de su cuarto con su guitarra y sus carpetas llenas de pentagramas y tachones. Su padre había desperdiciado su talento en la fábrica y al encontrar una partitura vieja entre sus nóminas, decidió intentarlo al menos. Al llegar al andén, buscó un sitio cómodo. Afinó y, tímidamente, comenzó a sonar aquella primera canción

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